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LA SIRENA … ¿SE FUE LA ZAFRA MAMA?

Escrito por: Roberty Blandino.
 
– ¿Mamá que está pasando en el ingenio que oigo sonar la sirena con tanta insistencia?
– Nada mi hijo. Repuso mi madre
 
Noté en la respuesta de mamá que había algo raro pasaba, la conocía muy bien y ese día su mirada lucía perdida, miré también como el barrio se cubrió de una tristeza que me dejó absorto, el rostro de  los vecinos  mayores parecían empedrado, como si un presagio se apoderaba de las mentes de todos.
 
-Es que grita el ingenio porque se acabó la Zafra, eso indica que pasaremos hambre por un buen rato.    Volvió a refutar mi madre al tiempo que acomodaba un saco de arroz, una lata de aceite, habichuelas, suficientes como para durar dos meses de comida.
 
Mi papá (Liquito como le llamaban de apodo) debía entrar a trabajar nuevamente en el período en que el ingenio comience las reparaciones, era mecánico de Centrífugas, ganaba $8 pesos al día, sueldo que no era mal para la época.  Cuando papá se descuidaba con la manutención de la casa, recuerdo a mi madre gritarle: » un hombre que gana 8 pesos diario y no atiende su familia como se debe” por eso creo que nuestros ingresos no eran tan malos.
 
Pero, ese día la sirena del Ingenio sonaba con más insistencia que nunca, parecía algo más que un sonido, era un lamento retorciéndole las tripas a los obreros del ingenio que pronto tendrían que buscar la forma de alimentar su familia en esos 4 o 5 meses sin trabajar, un período llamado “EL TIEMPO MUERTO”, donde el Central Catarey dejaba de producir azúcar.
 
Algunos obreros se dedicaban a otras actividades económicas para suplir su familia.
Recuerdo que Dido iba a buscársela a la capital, también pescaba en la presa de Taveras y vendía los pescados, así pasaba los malos tiempos,
 
En cambio, cuando me atacaba el hambre iba a velar a la casa de Lugo, él era jefe de torno y trabajaba fijo, tenía buen sueldo y en su casa siempre había comida, justo a las 12 del mediodía,  Nea su esposa , mujer dadivosa y de alma buena se condolía y nos daba unos bocados , pero cuando eso no funcionaba,  nos poníamos a marotear en las lomas o a caerle atrás a Julián Mateo para que nos de las tilapias pequeñas en los días que tiraba  tarrayas en el río Haina.
 
Cuando la sirena dejó de sonar, no había música, ni planes, solo silencio, un silencio abrumador que se iba filtrando por las hendijas de las paredes un olor a hambre inundó todo el caserío de Las Diez Casitas. Luego, oí la voz de mamá que dijo:
–  Que sea lo que Dios quiera, pasaremos hambre, pero, por lo menos estas jodías cachipas  que salen de la chimenea dejarán de ensuciar la casa y la ropas blancas que tiendo en el cordel.
Sé que lo decía para disimular lo que nos esperaba.

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